martes, 6 de diciembre de 2011

Julio.


Descansaban juntos después de una noche de lujuria. Sus cuerpos, aún desnudos, se escondían debajo de las cobijas. Ella descansaba su cabeza sobre el pecho de él. Estaban tan cerca que escuchaba atentamente los latidos de su corazón. Uno tras otro crecía la atracción . De pronto, sintió miedo. Abrió los ojos de golpe, y su pulso se aceleró. No le gustaba lo que sentía. Entró en pánico, se levantó de la cama y fue al baño. Allí dentro, abrió la llave del lavamanos y se mojó el rostro. Respiró unos segundos y se miró al espejo. Su cabello castaño, parecía infinitamente desaliñado, sus ojos ámbar reflejaban la confusión de su mente. En una repisa encima del escusado, había una cajetilla de Benson & Hedges dorados. Tomó uno, lo encendió y antes de expulsar el humo, se miró fijamente y sonrió. 

Salió del baño. Vestía únicamente unas pantaletas rojas, una playera negra de los Rolling Stones que había tomado prestada del cuarto de él y calcetines negros. Entró a la habitación, él ya no estaba ahí. Buscó por el apartamento, pero no obtuvo respuesta. Miró el reloj: 5 a.m. -¿Dónde podía haber ido tan temprano? Ella lo conocía, no era una persona matutina, de hecho era todo lo contrario. Solía salir de la cama hasta el mediodía. Llamó por teléfono, pero escuchó el timbre del celular en la habitación. A donde sea que haya ido, no necesitaba su celular. Tal vez no tarde, pensó. 

Aún con el cigarrillo en la mano, y el humo escapando por sus labios, echó un vistazo al lugar. Con las luces apagadas, sólo se alcanzaban a distinguir los contornos de los muebles y el reflejo de la luz de la calle que se filtraba por entre las persianas del balcón. De pronto, escuchó ruidos que parecían venir de fuera. Caminó hacia el balcón, abrió la puerta corrediza, se asomó y buscó la fuente del sonido. Era él. Estaba intentando trepar el árbol que daba directamente al balcón. Subía sigilosamente y con mucha dificultad. Llevaba algo amarrado a la cintura. No se podía distinguir qué era. En vez  de preguntarle qué demonios hacía, decidió entrar de nuevo al apartamento y espiarlo desde la ventana del estudio, que estaba justo a lado de ésta. Desde allí tenía mejor visión. Podía espiarlo por completo. 

Mientras tanto, él había logrado treparse al árbol, aunque le era difícil mantener el equilibrio. Vestía unos jeans azules y una camisa sin mangas, rota. De las bolsas del pantalón colgaban un martillo y una especie de cartel doblado. Una vez arriba del árbol, sacó de los bolsillos delanteros de los jeans, unos clavos y tomó el martillo. Con una mano logró hacer que un clavo quedara colgado del árbol. Tomó, pues el martillo y empezó a clavar. Acto seguido, tomó el cartel que llevaba doblado, lo estiró e incrustó en el clavo. El anuncio quedaba exactamente a la altura del balcón. Para esto, el jamás imaginó que ella lo estuviera espiando desde el estudio. Bajó del árbol, cuidadosamente y se metió al edificio. 

Ella corrió a la habitación, se aventó a la cama y esperó sentada mirando fijamente la puerta, hasta que él entró y le dijo: "¿Qué haces despierta?, duérmete es muy tarde." Ella no contestó, sólo se puso de pie, acercó su cuerpo a él, apretó con todas sus fuerzas su espalda y lo besó en los labios. No dijo nada y volvió a la cama. Él se quitó los pantalones, se metió debajo de las cobijas, la abrazó por atrás hasta que sus cuerpos quedaran completamente juntos, acarició lentamente sus piernas y le susurró al oído: "Te amo. Eres mi mejor mitad." Y de pronto los dos cayeron en un gran letargo.

A la mañana siguiente, él despertó confundido, como siempre. Tenía años que despertaba con esa angustia de no saber qué día era. Tal vez la raíz de esto es que jamás usaba despertador. Nunca tenía por qué levantarse temprano, así que era difícil distinguir entre días laborales y fines de semana. No importa. Abrió los ojos, se estiró y bostezó. Todo un exquisito ritual. Una vez consciente de qué ese día era viernes, giró la cabeza. No encontró nada. Se levantó confundido. Salió de la habitación para buscarla. Pero nada, no había rastro de ella. De pronto, recordó su plan de la noche anterior. Se asomó por el balcón y vio el letrero. Había algo escrito con rojo, miró con más detalle y era un sí.

Su corazón latió muy fuerte. Los ojos se le llenaron de lágrimas y cayó de rodillas al suelo. Estaba feliz. Todo en su vida estaba en orden. Ella había dicho que sí, no había nada que pudiera detener su felicidad. Sabía que la amaba con todo su corazón. Sabía que ella era el amor de su vida. Pero ahora, era más que eso. Ya no era una calle de un sólo sentido. Ella había dicho que sí. 


- - - - - - - continua 

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